Los abrazos de la farándula. "Museo Nacional del Teatro"



Exposición fotográfica de José Carlos Nievas
en el Museo Nacional del Teatro.
Almagro, Ciudad Real.
Del 4 de julio al 15 de septiembre de 2013 




 





El origen de esta colección tiene sus antecedentes en el Museo de Bellas Artes de Córdoba, que con el nombre de Jugadas en el Museo, realizó una colección de retratos de deportistas de élite mimetizados con algunas obras que cuelgan en el Museo. Por un lado, miró tras los cuadros, descolgándolos de las paredes para incorporar en su reverso a los personajes retratados.



La obra resultante, pictórico-fotográfico, fue el resultado de aplicar, junto a las técnicas digitales del fotomontaje, una intervención química cercana al aguafuerte del grabado, en su acabado.



La Colección de La Farándula, ha partido de retratos realizados a actores, autores, directores, técnicos, escenógrafos, figurinistas, etc. Todos aquellos que son piezas insustituibles en la producción teatral. Ahora se han unido a cuadros que cuelgan en las Salas del Museo Nacional del Teatro, y estos retratos se abrazaran a las obras de la exposición permanente. De esta manera actrices y actores de ahora convivirán con actores y actrices de los siglos XVIII y XIX; de igual manera los autores y directores de un tiempo y otro. Un fuerte abrazo en el tiempo.



Es la primera vez, en mas de veinticinco años, que el Museo del Teatro encarga a un artista contemporáneo una exposición. Y es la primera vez que el Museo abre las Salas de la exposición permanente para abrazar una obra ajena a sus fondos para que el pasado más alejado y el pasado casi inmediato se unan con una abra recién acabada. Las fotografías de Nievas: sus actores, sus autores, sus directores escénicos, sus gestores teatrales, sus técnicos se miren cara a cara con sus antecesores. El público se encontrará en las salas a, tal vez, Núria Espert con Margarita Xirgu, o a la Portillo cerca de la Guerrero. Escenógrafos como Amalio o Busato estarán hombro con hombro con Pedro Moreno o Raymond. Y así, profesionales de todos los ámbitos. Cabe recordar a este respecto que el Teatro es el Arte que más intermediarios tiene.



Pero hay una razón última que justifica esta exposición y, sobre todo este catálogo, que no es otra que la teatralidad de cada fotografía. Nievas utiliza su foto, solo como pretexto, como el texto dramático, que sólo es pretexto para la puesta en escena. Las fotografías están ensayadas, escenografiadas y dirigidas hasta el resultado final que queda ya lejos del primer paso hasta la obra “representada” ante el público, ante su espectador. Pero lo más interesante es que el texto primero ha sido enriquecido. Jamás traicionado.



Creo no haberme equivocado al invitar a José Carlos Nievas a que su primera serie Gentes de luz, se haya ampliado hasta estos maravillosos personajes para llevar a cabo estos maravillosos abrazos. Viendo ahora a todos los componentes del Teatro, del ayer y del hoy, no queda más remedio que volver a aquel grito de Broadway, de No hay gente como la del espectáculo, ni mundo como el del espectáculo.





Andrés Peláez Martín

Director del Museo Nacional del Teatro
















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Hablar en primera persona ha supuesto para las artes escénicas el punto de partida de la representación teatral, ya que significó la interpretación de un personaje haciendo propios los avatares escritos por otros autores sobre un relato. Es el griego Tespis en el año 534 a. C. cuando en el Teatro Dionisio de Atenas comienza la primera interpretación escénica y desde entonces hasta nuestros días solo ha evolucionado la técnica interpretativa pero en la esencia guarda una gran similitud la puesta en escena desde los inicios a la de nuestros coetáneos.

José Carlos Nievas haciendo guiños prólogo y epílogo, “abraza la farándula” con una obra de gran personalidad y audacia expresada dentro de la corriente expresionista y basada en retratos de personajes que representan diferentes épocas en una colección plástica muy exclusiva en la que quedan reflejados los artífices del teatro en unas realidades ocultas por la transformación del maquillaje pictórico con el que dota a su obra.

La similitud que se da en el trabajo de Nievas con las artes escénicas es sorprendente ya que en su inquietud técnica para ejecutar la obra parte de mascaras de reserva como pudiese ser el caso de una serigrafía o un aguafuerte pero se evidencia en este proceso que la mascara es la base de su procedimiento como en la que toma el actor en función de la autoconsciencia sobre el acto de mostrar una realidad basada en la fábula que es el origen en sí mismo del atributo ornamental que empleaban los actores griegos en sus fiesta dionisiacas, pero es más, el propio Nievas se convierte en un interprete de esas realidades captadas con la cámara y transformadas en unas visiones muy personales de los elementos registrados.

Es necesario conocer la ardua labor que debe de realizar el fotógrafo para obtener los retratos y para ello desplazarse por un sinfín de lugares, ubicar al personaje y plasmar sus bondades para más tarde seleccionar los cuadros del Museo Nacional del Teatro de Almagro, fotografiar su lado desconocido y aunar el retrato con el cuadro interviniendo con una depurada técnica, en esa combinación deja solo como zona visible aquello que Nievas considera de mayor relevancia y paulatinamente empleando diferentes enmascaramientos elimina las capas de colorantes fotoquímicos que conforman la emulsión fotográfica, resaltando por consiguiente solo aquello que el autor considera de mayor trascendencia, de ahí los colores magentas que son los que prevalecen en la obra por ser este el colorante el primero del papel fotográfico y por consiguiente el último en eliminar.

Hay que remontarse treinta años atrás para conocer como surge este artista entre un pequeño grupo denominado “Artesanos del Ruido” en el que ya apunta su particular sello de valorar la estética por la estética dentro de una manifestación imperiosa de mostrar más que de contar, lo que le lleva a desarrollar una disciplina muy particular en la que se sumerge con grandes inquietudes y aciertos. La obra de José Carlos acaba de comenzar y con el paso de los años se solidifica y alcanza su madurez aunque existe un paréntesis ocasional en el que el fotógrafo siente la necesidad de contar y registra el acontecer monasterial en pro de imágenes de inspiración religiosa que le hacen sentir la monocromática plata ennegrecida en pasajes de gran impacto y detalle, dentro de un clasicismo fotográfico muy acorde de los documentalistas pero siempre con una aportación muy particular que le confiere a este trabajo al que titula “Sé que esta ahí”.

No obstante José Carlos Nievas vuelve a beber de sus propias fuentes y se reencuentra consigo mismo en “Jugadas de museo” que es una aportación muy original a modo de homenaje a deportistas de elite plasmados en el reverso de lienzos de renombrados pinceles mostrando de alguna manera la cara y la cruz de la moneda dentro de un concepto muy interesante con el que se impregna el visitante observando las realidades ocultas donde unos nuevos inquilinos se adueñan del tejido de lino y de los bastidores de pino que soportan obras sublimes del Museo de Bellas Artes cordobés, que de esta manera muestra las piezas de Nievas configuradas con los propios cuadros utilizando para ello su cara oculta tras la pintura en una nueva dimensión interpretativa. Continua esta experiencia con la serie “Gentes de Luz” que recoge personalidades de diferentes disciplinas y que es el preámbulo de “Abrazos de Farándula” que es la obra que aquí describimos.

Y de ese lugar para contemplar con el que se define al teatro se encuentra esta exposición de fragmentos de escenas cotidianas tomadas de lugares sencillos o en las propias catedrales de la interpretación en las que se sumerge el fotógrafo artista para fantasear con escenas y sus protagonistas en imágenes fantasmagóricas sobre un concepto onírico en el que plasma a personalidades de la escena embutidos en esta ocasión en los reversos de cuadros colgados en el Museo Nacional del Teatro de Almagro documentando con ello unos puntos de referencia culturales y sociales que encandilan por originalidad y destreza por lo que sus premisas plásticas se encuentran entre el placer visual y el sensorial.

Los descriptores de este trabajo podríamos catalogarlos como fotografía de arte, creativa, de expresionismo, de teatro, retratos de actores, … y posiblemente sería necesario ampliar el rango descriptivo a los quimigramas, que es una curiosa técnica de intervención química, y a lo representado en sus valores gestuales sin olvidar aquello que no se ve, refiriéndome a la bondad del soporte que ha servido de referencia a la obra de Nievas sobre óleos expuestos en el Museo Nacional del Teatro de Almagro.

Pero Nievas no solo ha consolidado una colección de personajes ubicados sobre piezas del Museo, lo mas sorprendente son los lugares ollados para captar dichos personajes como pueda ser el Teatro Valle Inclán, Teatro María Guerrero, Teatro Lara, Teatro Fernando Fernán Gómez, Teatro Español de Madrid, Corral de Comedias de Almagro, Gran Teatro de Córdoba, etc. y por supuesto los propios personajes que hacen de esta colección una valiosa representación del entorno teatral recogiendo en un magnifico palmares a los actores, técnicos y allegados que cumplimentan esta exquisita nomina como puede ser el caso de las actrices: Amparo Pascual, Asunción Balaguer, Blanca Portillo, Charo López, Gloria Muñoz, etc., los actores: José Luis Torrico, José María Pou, José Maya, José Sacristán, etc. también tienen cabida directores de la talla de: Andrés Peláez Martín, Ángel Fernández Montesinos… del entorno del mundo escénico Ana Lacoma, Elio Berhayer diseñadores de vestuario, la peluquería tiene también cabida Antoñita viuda de Ruiz. Los músicos, Iluminadores, autores teatrales, críticos y un largo etcétera que conforma este referente repertorio que el artista propone en esta muestra interpretativa.

Dotar la obra de mensaje sin caer en la demagogia, encandilar con sus tonos cálidos, recrear pasajes añorados parece alto difícil sí no se está dotado de pasión por el arte y he aquí que encontramos como en el trabajo de Nievas estas vicisitudes se cumplen al aceptar el reto de configurar una obra cautivadora que va más allá de la mera representación para confabularse con la propia interpretación en esa simbiosis de el arte por el arte, aunque la técnica despunta a primera vista lo cierto es que poco a poco según vamos escudriñando las fotos nos vamos introduciendo en la voluntad de los personajes captados y posiblemente abriendo los interrogantes no desvelados sobre que pintura o tras que bastidor el artista a plasmado su trabajo, ¿el porqué? de esa elección y ese misterio posiblemente dota a cada foto del enigmático interrogante que el espectador se deba de plantear, haciendo más atractiva si cabe cada una de la imágenes.

No obstante el público que visita la exposición in situ se encuentra con una intervención de José Carlos dentro del propio museo en la que sustituye la obra original de partida por sus representaciones y por tanto El Museo Nacional se transforma como en una pieza teatral mostrando la otra cara en la que los artífices actuales de la disciplina interpretativa se asoman entre los clásicos que marcaron caminos ya dormidos.

Recordando el monólogo de Segismundo en la obra “La vida es sueño” de Calderón de la Barca cuando increpa; “que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son” debemos de contemplar más que mirar, dejarnos cautivar y valorar las sensaciones de conceptos que penetran por cada uno de los poros de los sentidos y en ese deambular por cada rincón de la foto solamente soñar.

Y ahora vean, se levanta el telón.

Antonio Cabello
Director de la revista Arte Fotográfico
















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Lo que no siempre fue arte






Como la fotografía, tampoco las representaciones teatrales han sido consideradas objetos de arte hasta hace relativamente poco. Si en el primer caso la comparación con la pintura era inevitable, el teatro ha estado postergado tras la literatura dramática. Que el propio término teatro sirva tanto para referirse al resultado de la escenificación como al texto es significativo. Es habitual encontrarse con Historias del teatro, muchas de ellas vigentes en centros de enseñanza superior, que lo son en realidad de las obras escritas y que carecen del menor acercamiento a la puesta en escena.

La subordinación de la representación a la escritura, como si no fuese más que una ilustración del trabajo del dramaturgo, tiene su origen en la errónea interpretación que, del pensamiento de Aristóteles, hicieron los humanistas del Renacimiento y continuaron los clasicistas. En la Poética, Aristóteles expone las seis partes de la tragedia: fábula, caracteres, elocución, pensamiento, melopeya y espectáculo. De ellas la más importante es la fábula, la articulación de los hechos, por medio de los cuales abarcamos los caracteres. En cambio, dice que el espectáculo, seductor del alma, está alejado de la técnica artística y es “lo menos propio a la poética”. Así lo explica: “La fuerza de la tragedia existe sin enfrentamiento en escena y sin actores, e incluso añadiría que con respecto a la representación de los espectáculos es más importante la técnica del que hace los accesorios del montaje que la de los poetas”. Y aún añade más cuando explica de dónde surgen el temor y la piedad indispensables para producir la catarsis en el espectador: “El temor y la piedad es posible que nazcan del espectáculo, pero también de la composición misma de los hechos, lo cual es mejor y de mejor poeta. En efecto, es preciso que la fábula esté estructurada de tal manera que incluso sin verla, el que oiga los hechos que ocurren se horrorice y apiade por lo que pasa; que es lo que sufriría alguien oyendo la fábula de Edipo. Pero el producir esto por medio de espectáculo es menos artístico y necesita desembolso”.

La insistencia de Aristóteles en la falta de cualidades artísticas del espectáculo hay que entenderla en sentido literal: el arte del poeta, su técnica dramatúrgica, lo lleva a procurar la catarsis con los medios literarios a su alcance, pero no debe confiar que los actores o los distintos aspectos de la representación suplirán sus carencias. No dice Aristóteles que el espectáculo sea desdeñable en sí, sino que no depende de la voluntad del escritor, a cuyo perfeccionamiento se dirige su estudio.

Un escritor tan exquisito como Philip Sidney, era capaz en el siglo XVI de cuestionar la capacidad poética del teatro por, entre otras cosas, las concesiones al público en la representación. Así concluía en su Defensa de la poesía: “He prodigado demasiadas palabras sobre este asunto del teatro. Lo hago porque, siendo una parte excelente de la poesía y no habiendo ninguna tan practicada en Inglaterra, no hay otra de la que se pueda abusar más penosamente y que, como una hija mal criada que muestra su mala educación, provoque que se ponga en duda la honorabilidad de su madre, la poesía”. Muy poco después, Alfonso López Pinciano recrea en su Filosofía antigua poética las palabras de Aristóteles: “Destas dos últimas partes, que son aparato y música, poco tenemos que decir, porque tocan más a la representación y representantes que no a la poesía y poeta”.

En Don Quijote de La Mancha, Cervantes no se muestra nada conciliador al sugerir las relaciones entre escritores y actores: “Y no tienen la culpa desto los poetas que las componen, porque algunos hay dellos que conocen muy bien en lo que yerran, y saben estremadamente lo que deben hacer; pero como las comedias se han hecho mercadería vendible, dicen, y dicen verdad, que los representantes no se las comprarían si no fuesen de aquel jaez; y así, el poeta procura acomodarse con lo que el representante que le ha de pagar su obra le pide”. Lope, en el Arte nuevo de hacer comedias, sí plantea las virtudes de la representación, pero como una continuación de la escritura: “Remátense las escenas con sentencia, / con donaire, con versos elegantes, / de suerte que, al entrarse el que recita, / no deje con disgusto el auditorio”. Cascales, en sus Tablas poéticas, no dice nada a propósito del espectáculo y todo se argumenta desde el punto de vista de la escritura –“En el escribir la tragedia, aun los que saben bien el arte andan con mucho tiento, y así por no caer en las manos de los detractores rehúsan este género de poesía”-, lo mismo que después hará Boileau que, como mucho, recrea el sentido horaciano del decoro y su obvio sometimiento de lo visual a lo escrito y oído: “Lo que no se debe ver de ninguna manera, que eso nos lo exponga una narración: los ojos, al verlo, captarían mejor la cosa, pero hay objetos que el arte sensato debe ofrecer al oído y retirar a la vista”.

Hay que esperar al siglo XVIII para que se haga una valoración seria de la representación como objeto artístico. El estudio a propósito del gusto, la belleza y la estética tiene una ramificación teatral al desarrollar cuáles son los elementos que intervienen en el hecho escénico y cómo se vinculan entre sí, además de analizar su deuda con los textos de partida. Solo así Lessing podrá decir en su Dramaturgia de Hamburgo: “La máxima sutileza de un crítico dramático se demuestra cuando, en cada situación de placer y de disgusto, sabe distinguir infaliblemente lo que de ella hay que atribuir al poeta o al actor, y en qué medida. Censurar al uno por un error del otro, supone dañar a ambos”. Cuando el iniciador del concepto moderno de dramaturgia se pregunta si “¿es o no liberal el arte de los cómicos?” en una disertación así titulada, sitúa el problema del teatro en el mismo contexto de la discusión acerca de las artes liberales, las bellas artes y las artes aplicadas. Igual que cree que solo el compositor es el verdadero artista de la música, no el ejecutante, afirma que el arte dramático es arte liberal porque solo cabe considerar como tal aquella facultad “cuyo ejercicio pide más ingenio y juicio que la memoria, y aún más ingenio que juicio”. Y así, tras repasar cómo la invención y el juicio son necesarios para reunir y armonizar decoraciones, escenas movibles, pintura, trajes y accesorios –que “los autores de las piezas rara vez indican con precisión”-, añade: “Regularmente se mira como una prueba de ingenio cuando el poeta tiene el arte de animarse de una pasión y de pintarla con la virtud sin ser virtuoso; cuando con un corazón alegre hace verter lágrimas a puro esfuerzo de su ingenio, cuando alaba con entusiasmo lo que desprecia altamente: ¿por qué no hemos de hacer la misma justicia al actor cuando hace lo mismo en el teatro?”.

Aceptado que el teatro como representación es un arte, y aun un arte liberal, en el siglo XIX la duda será si es o no un medio de expresión. Y para Adolphe Appia, en La música y la puesta en escena, la respuesta está en la voluntad capaz de propiciar el diálogo entre los distintos elementos del espectáculo atendiendo a principios de jerarquía, armonía y representatividad: “La obra de arte, para ser armoniosa, debe ser el producto del egoísmo artístico. Un deseo muy personal es el que permite al artista vencer la hostilidad ambiente de nuestra sociedad tan refractaria a cualquier actividad artística. El creador puede convertir dicho deseo en un medio de expresión positivo, o en un contrapunto favorable al efecto que quiere producir”.

El trabajo de José Carlos Nievas contribuye a este debate. Propone un diálogo entre dos artes habitualmente cuestionadas, la dramática y la fotográfica, y, de manera muy teatral, hace que cada una de estas vertientes señale el conflicto con el arte del que ha logrado despegarse. El rostro fotografiado proyectado sobre el dorso de los cuadros de un museo genera diversos niveles de ironía: el retrato fotográfico que sustituye al pictórico, la instantaneidad y vitalidad de la imagen tomada rápidamente del vivo frente a la conservación institucionalizada, la fría perfección de un signo que reproduce su referente pero que es manipulada y ensuciada mediante un proceso enmascarador...

Las decisiones formales acentúan el carácter posclásico de una serie que plantea la demolición del concepto de género. Pero lo más relevante a efectos teatrales es la voluntad manifiesta sobre el contenido. Cabe preguntarse si las personas retratadas pertenecen al mismo oficio o no. Se dedican al teatro, pero no de la misma manera ni con trascendencia semejante. Los hay que son escritores, intérpretes, directores, escenógrafos, acomodadores, gestores, técnicos, maquilladores, peinadores, profesores, periodistas... Participan de un arte pero no por ello son artistas. Algunos tienen reconocimiento como creadores pero otros no, ni lo pretenden. Sin embargo, en el trabajo de Nievas están igualados.

En su concepción de la obra de arte total, Wagner diluye las jerarquías de los elementos que la componen, subordinados todos ellos de la misma manera a su concepción creadora. Nievas, a su modo, arremete contra el endiosamiento del artista incidiendo en su afinidad con el trabajador que no lo es –que no es artista-, pero sin cuya aportación la obra no llegaría a ser lo que es finalmente. El fotógrafo celebra el arte del teatro a través del reconocimiento a quienes lo crean y sin la sacralización de quienes lo promueven. El de “artista” es un corsé, pero Nievas contribuye a liberar a quien se ve constreñido por él, reconvirtiéndolo en colaborador de la obra artística en su proceso de ideación, producción, creación, difusión y recepción.

Nievas huye de cualquier veleidad condescendiente porque su mirada es eminentemente igualitaria: iguala los oficios como antes iguala las artes. Eso sí, sin restar importancia. Podría haberlo hecho de optar por una visión realista; esa, por cierto, tan detestada por Appia. Habría habido una uniformización de la vulgaridad, una sobredosis de cotidianidad aplicada al arte entendido como mecanismo de realización social. Pero la singularidad del tratamiento visual consigue que de cada profesional se resalte no solo lo que tiene de común sino lo que lo caracteriza como propio. Se produce una equiparación en méritos, no en aptitudes: no todos valen para todo, sino que cada uno es necesario y hasta excelente en lo suyo, sin lo cual no existe lo ajeno.

El teatro, la obra de arte viviente, al enfrentarse a la visión del museo como almacén de erudición, lo propone en cambio como ámbito de conocimiento. Nievas nos hace preguntarnos en qué medida sus modelos contribuyen a un incremento de la sabiduría colectiva. La tentación es afirmar, asegurar que no puede haber otra cosa, pero lo cierto es que hay dificultades institucionales para aceptar que los resultados de los procesos creativos sean tan valiosos como el análisis de los mismos. El teatro muere cuando se reduce a literatura dramática, cuando se convierte en pasto para estudiosos descriptivos y esquemáticos. Su carácter de espejo y modelo se entiende desde el momento en que es un estímulo al espectador para la modificación, o siquiera el cuestionamiento, de costumbres y hábitos. Cuando se reduce a un objeto formal para el almacenamiento, desaparece su sentido. Así, Nievas nos recuerda que el teatro no es archivable. Nos convoca a un museo, a una galería, a una institución, para mostrarnos que el artista es un ser individual cuyo trabajo solo adquiere valía en una dimensión colectiva, y cuando se engarza con el espectador más allá del ambiente gremial, ordenado, burocrático y catalogado.

Cada vez que José Carlos Nievas se coloca ante uno de sus modelos, participa del hecho escénico en la misma medida en que ellos se integran en la experiencia fotográfica. Se convierte en transmisor, y hasta creador, de valores dramáticos. Desarrolla actos de conciencia entre lo individual y lo grupal. Enarbola su voluntad expresiva y al tiempo la pone al servicio de múltiples voluntades ajenas, estén coordinadas o no, pretendan ser artísticas o meramente profesionales. Es notario de logros efímeros. Documenta no el producto, no a quien lo produce, sino la misma existencia de un arte en sí. Cuestiona su orden jerárquico. Cuestiona el orden jerárquico de cualquier arte. Evidencia la integración de las disciplinas, las carencias vitales de la presuntuosa precisión epistemológica. Apuesta por la disolución de fronteras de género. Acaba con la ritual veneración del artista creador. Y aun así afirma la relevancia del trabajo artístico; la necesidad de la máscara para sobrevivir y de su desaparición para encontrarse. Acepta la existencia del misterio, indica el lugar del enigma y nos hace partícipes del meticuloso caos del que los artistas extraen sus tan apetecibles secretos.

José Carlos Nievas se ha acercado al teatro con la disposición de un artista verdaderamente interesado en el trabajo ajeno, en el arte de los otros. Y lo ha hecho además como el creador individual que testimonia, con admiración, cómo estos envían su voluntad al encuentro de otras voluntades. Más allá de la obra, detrás del lienzo, a espaldas de la lente, está el artista, acaso orgulloso, diferente, peculiar, pero también curioso, abierto, deseoso, expectante, ilusionado, disponible. Con gran generosidad, José Carlos Nievas se ha ocupado de aproximarse, y aproximarnos, a la belleza de quienes hacen posible la belleza del teatro. 

Pedro Villora
Dramaturgo. Secretario académico de la RESAD 




































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Retratar es sin lugar a dudas mi gran pasión. Pero también lo es mirar.
Para un fotógrafo traducir a dos dimensiones lo que ve es la consecuencia lógica de su profesión, pero plasmar lo que no ven los demás es la verdadera creación de esta bendita tarea. El reto que nos impulsa a seguir.
Observar ha sido desde muy pequeño un rasgo muy característico de mi personalidad, no es raro por tanto que terminara dedicándome al mundo la imagen. Siempre fui un niño reservado y con muchas inquietudes por hacer cosas con mis manos con el deseo de reinventarlo todo.
Cuando en mi etapa de formación descubro lo que ya habían ensayado grandes artistas como Man Ray o Picasso en sus experimentos fotográficos en torno a la fotografía sin cámara, los “Quimigramas”,  pierdo el miedo a mostrar una realidad que, aunque captada tal cual,  me produce una necesidad grande de encontrar un lenguaje claro, con el que expresar más de lo que mis fotos contaban hasta entonces. Y sería en una clase de grabado sobre monotipos, cuando surge la idea de ir por caminos mestizos, por sendas entre la pintura, la estampa, el dibujo y la fotografía. Un camino sin prejuicios y sin dictaduras de tendencias.
Cuando en 1989 con aquellas primeras fotos “mestizas” me presento al concurso “Libre Expresión de Puerto Real” voy con la curiosidad de saber que opinarían de este tratamiento, tan cercano al grabado o a la serigrafía, pero por una serie de circunstancias me crucé con Miguel Ángel Yánez Polo, que formaba parte entre los miembros del jurado, que me premian con el máximo galardón. Surge una relación de profunda admiración hacia Miguel Ángel pero también una senda de aprendizaje insospechada. Sin duda marca mi quehacer y me guía por caminos futuros. Una de las más bellas de sus enseñanzas que me lega fue sin duda la de resistir. La idea clara de perseverar, de hacer aquello que siento, y la de evitar tendencias o estilos, e insistir en aquello que creo. He de decir al respecto que gracias a ello no atendí a más de alguna voz refutada que me aconsejaban “hacer cosas frías de ordenador, ya que es lo que se lleva”.
Ver ha sido fácil: durante muchos años he estado cerca de la belleza. He fotografiado mucha pintura, escultura, cualquier obra de arte mayor o aplicada. Lo he realizado para ediciones de arte o para catálogos. Esto me ha enseñado a verlos desde más puntos de vista que cualquier otra persona sin un acceso tan de primer plano. Ver, por ejemplo, una tabla gótica por su reverso siempre me fascinó, o un lienzo barroco, o una obra contemporánea. Las traseras de muchos cuadros contienen, además de las heridas del tiempo, señales de su tránsito por distintos  lugares o huellas de las personas o de las instituciones  que los han custodiado. En definitiva, nos están contando su vida.

En 1995 Fuensanta García de La Torre, Directora del Museo de Bellas Artes de Córdoba, me invitó a participar en el aniversario del Museo. Sé que estás ahí.  fue mi propuesta. Un dialogo entre el espectador y la obra, que fotografié observándose ambos mutuamente. Para ilustrar los historiales, nos pedían un autorretrato, yo lo resolví dejando apoyado un gran cuadro barroco en la pared y retratándome en movimiento, como surgiendo de su trasera, hacia la cámara: Y es de aquí de donde surge la unión entre mis retratos con las traseras de los cuadros.
En 2010 Fuensanta vuelve a invitarme a exponer en el Museo. Pero esta vez de manera individual. Fue fácil encontrar el hilo argumental, “el retrato” y vincular a los modelos a las traseras de los cuadros que cuelgan en sus paredes. Para la ocasión retrate en mi estudio, con una pretendida luz  barroca, a deportistas de élite, medallistas olímpicos; números uno en su disciplina. Con ellos pretendo con esta exposición, que si en cada momento de la historia del arte, los personajes que pueblan los lienzos, son aquellos que lideran o representan lo más granado de la sociedad, en la actualidad estos personajes podría se los más destacados en el mundo del deporte. El problema que se me podría plantear por mi desconociendo absoluto de cualquier manifestación deportiva, devino en una obra sin vicios, ya que ni tan siquiera conocía anteriormente a estos hombres y mujeres.

Gentes de Luz es la continuidad de esta obra, que sin duda marca de una manera definitiva mi trabajo personal. Personajes que hacen cosas que me interesan. Música, cómics, literatura, arte, y TEATRO.

Mi vinculo con las artes escénicas llegó con mi primer  reportaje para un periódico: fotografío a Tarik y la Fabrica de Colores, grupo que después de un éxito notable se despiden del público en el Gran Teatro de Córdoba. Fue en 1990, las fotos se publicaron en dicho periódico y en el programa de mano para su actuación en el teatro. A partir de este momento me convierto en un fotógrafo interesado en este medio. Y ya no dejo de frecuentarlo tanto para trabajar y como espectador, hasta que en 1990 gano el concurso y paso a ser el fotógrafo oficial, lo que me acerca también al flamenco, a la guitarra con su festival, a la ópera, la zarzuela y a todas las formas y tendencias del teatro, lo que me da acceso a actores, músicos, cantaores, guitarristas flamencos, etc.
No descuido nunca mi relación con  la música independiente, haciendo portadas de discos o videoclips. Insistiendo siempre en cultivar aquello que me aporta libertad y frescura.

Todo esto lo retomo de manera personal y lo reconduzco a esta colección, Gentes de Luz. Compuesta por nombres como Amparanoia, Nacho Vegas, Max, Korda, Gerardo Mosquera, Père Gimferrer, Javier Latorre, Pérez Azaustre, Fosforito, Molina Foix, DePedro, Los Pilotos, Sr. Chinarro, y muchos teatreros, Lindsay Kemp, Darío Fo, Irene Escolar, Fernando Tejero…

En octubre de 2011 invito a esta serie a Andrés Peláez, al que conozco desde hace mucho por su relación con la Fundación Antonio Gala. Su retrato lo ideo en el recién restaurado y apunto de reabrir, Teatro Góngora, (se inauguro unas horas después de la sesión). Surgen unas fotos que pasan de inmediato a encabezar mi colección y lo mejor, una gran amistad.
El descubre mi obra y se interesa por ella de manera decidida. El retrato de Antonio Gala, pasa a los fondos del Museo Nacional del Teatro y ocupa un espacio maravilloso al ser obra del mes.
Es aquí donde surgen Los Abrazos de la Farándula. Sin duda mi más querida y cuidada colección, y que me está reportando más satisfacciones que ninguna otra. Es un lujo absoluto poder fotografiar a tantos y tan notables personajes, autores, directores, iluminadores, escenógrafos, peluqueras, productores, sastres, periodistas especializados y actores, hombres y mujeres que forman “LA GRAN FAMILIA DEL TEATRO”.
 José Carlos Nievas 2013


Instalación " suena la música ".
De Izquierda a derecha: SR Chinarro, Los Pilotos, Víctor Coyote, Howe Gelb, Prin´s la la, Pony Bravo, Nacho Vegas, Julián Hernández, Aaron Thomas, Flow y Parade.

Nómina de la exposición (por orden alfabético)

Amparo Pascual.  Actriz.

Ana Lacoma. Modista teatral.

Andrés Peláez Martín. Director del Museo Nacional del Teatro.

Ángel Fernández Montesinos. Director de escena.

Ángel Murcia. Subdirector del Centro Dramático Nacional.

Antonio Díaz “Fosforito”. Cantaor flamenco.

Antonio Gala. Autor teatral.

Antonio Najarro. Director del Ballet Nacional de España.

Antoñita. Vda. de Ruiz. Peluquera teatral .

Asunción Balaguer. Actriz.

Blanca Portillo.  Actriz.

Charo López.  Actriz.

Compañía de “ La vida es sueño”. Compañía Nacional de Teatro Clásico.

Compañía de “Doña Perfecta”. Centro Dramático Nacional.

Compañía de “La amante inglesa”. Coproducción del Teatro Español y Mayfield Theatre.

Compañía de “La Casa de la Cupletista”.Katum Teatro.

Compañía de “La función por hacer”. Kamikaze Producciones.

Compañía de “La Loba”. Producciones Juanjo Seoane.

Compañía de “Orquesta de Señoritas”. Producciones de Juan Carlos Pérez de la Fuente.

Compañía de la “La mirilla”. Producción de Microteatro por dinero.

Concha Busto. Gestora teatral.

Contraportada: Compañía de “ La vida es sueño”. Compañía Nacional de Teatro Clásico.

Daniel Pascual. Director adjunto de la Compañía Nacional de Danza.

Darío Fo. Autor y actor teatral.

Eduardo Velasco. Actor.

Elio Berhayer. Diseñador de vestuario teatral y de alta costura.

Ernesto Caballero. Director del Centro Dramático Nacional.

Fernando Tejero. Actor.

Gloria Muñoz. Actriz.

Graciela Andréu. Jefa de sala de la Compañía Nacional de Teatro Clásico.

Helena Pimenta. Directora de la Compañía Nacional de Teatro Clásico.

Humberto Cornejo. Sastrería Teatral.

Índice de láminas (orden alfabético) :

Irene Escolar. Actriz.

Javier Alegría. Jefe técnico del Centro Dramático Nacional.  

Javier Gurruchaga. Actor y cantante pop.

Javier Latorre. Bailaor y coreógrafo flamenco.

Jerónimo Maesso. Músico.

Joaquín Notario. Actor.

Jorge Roelas. Actor, autor y director de escena.

José Antonio Rodríguez. Guitarrista y compositor flamenco.

José Carlos Martínez. Director de la Compañía Nacional de Danza.

José Luis Raymond. Escenógrafo y figurinista.

José Luis Torrijo. Actor.

José María Pou. Actor y director de escena.

José María Roca. Director de Escena y de compañía.

José Maya. Actor y director de compañía.

José Miguel López Saez. Iluminador.

José Pedro Carrión. Actor.

José Ramón Fernández. Autor teatral.

José Sacristán. Actor.

Josep María Flotats. Actor y director de escena.

Juan Caño. Autor y director de escena.

Juan Carlos Rubio. Autor y director de escena.

Juan Ribó. Actor.

Juan Ruesga. Escenográfo.

Juanito Nogueira. Responsable de la cafetería del Teatro Español y del Matadero.

Juanjo Granda. Director de escena y docente en la Real Escuela Superior de Arte Dramático.

Julio Bravo. Periodista de ABC.

Julio Huélamo. Director del Centro de Documentación Teatral.

Lindsay Kemp. Actor y director de escena.

Luis Lorenzo y Luisa Armenteros. Actores.

Maite Martín. Cantaora Flamenca.

Mario Gas. Director y actor teatral.

Miguel del Arco. Autor y director de escena.

Miguel Linares. Compositor musical.

Miguel Narros. Director de escena.

Natalia Menéndez. Directora de escena y directora del Festival de Teatro Clásico de Almagro.

Nathalie Poza.  Actriz.

Nati Mistral.  Actriz y cantante.

Nuria Espert.  Actriz y directora de escena.

Pablo García López. Tenor y Francisco López, director de escena y gerente de la Fundación Teatro Villamarta.

Paco Moran. Actor.

Pedro Moreno. Escenógrafo y figurinista.

Portada: Los Abrazos de la farándula

Rafael Álvarez “El Brujo”. Actor.

Ramón López. Director de la Feria de Teatro en el Sur.

Ricardo Sánchez Cuerda. Escenógrafo.

Rosana Torres. Periodista de El País.

Salva Bolta. Director de escena.

Taller de teatro en el Garaje Lumière con José Pedro Carrión

Tamzin Townsend. Directora de escena.

Vicky Peña  Actriz.

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